El ensamble regresa con un programa dedicado a Brahms y Dvorák
Buenos Aires, abril del 2025 – Después de la brillante repercusión de sus presentaciones en las temporadas 2022 y 2023 de la asociación, el Mozarteum Argentino ofrece como gran apertura de su ciclo de conciertos 2025 en el Teatro Colón al Fauré Quartett, el lunes 5 de mayo a las 20 horas. La agrupación integrada por el pianista Dirk Mommertz, la violinista Erika Geldsetzer, el violista Sascha Frömbling y el violonchelista Konstantin Heidrich es una de las formaciones más aclamadas del mundo en su género, y ya cuenta con tres décadas de actividad conjunta.
Es precisamente esa trayectoria ininterrumpida, unida a la excelencia de sus integrantes, lo que ha permitido al Fauré Quartett alcanzar el máximo logro en la música de cámara: funcionar casi como un único instrumento, cuyas partes pueden vibrar en comunión pero también brillar de manera individual cuando la música lo requiere.
Brahms y Dvorák: música y amistad
Para esta oportunidad, el Fauré Quartett ha elegido un programa que comprende dos obras monumentales y que al mismo tiempo traza una conexión entre ambas. Por un lado, el segundo (y el menos frecuente en los programas de conciertos) de los cuartetos para piano y cuerdas de Johannes Brahms; por el otro, el segundo de los creados por Antonín Dvorák. Los dos compositores, geniales exponentes del romanticismo europeo, no solo se conocieron sino que hubo entre ellos admiración mutua y amistad genuina.
Dvorák, nacido en el Reino de Bohemia (en la actual República Checa), había ganado cierto reconocimiento en el ámbito local cuando, con 34 años, ganó una beca de composición. Uno de los miembros del jurado, Johannes Brahms, reconoció enseguida el valor de la música de este autor desconocido para él, y lo recomendó a Fritz Simrock, su famoso editor. Éste fue el punto de partida no solo de un contacto personal y una amistad duradera entre Brahms y Dvorák, sino de una auténtica fama internacional para el músico checo.
Algunos investigadores afirman que, al brindar este sostén incondicional a un músico tan talentoso como necesitado de ayuda, Brahms estaba saldando tácitamente una deuda moral con su propio mentor, Robert Schumann, sumido tempranamente en una grave enfermedad mental y fallecido con solo 46 años. Poco después de esta pérdida, Brahms escribió en Hamburgo, su ciudad natal, el Cuarteto para piano y cuerdas n° 2, opus 26. Para entonces (1861), el autor ya había desarrollado un lenguaje propio e inconfundible, marcado por su apego a las formas tradicionales y al mismo tiempo un caudal expresivo casi desbordante.
Fue justamente el editor Simrock el que encargó a Dvorák su Cuarteto para piano y cuerdas n° 2, op. 87, completado en 1889. En aquel entonces el lenguaje del compositor había dejado de estar principalmente ligado a los aires típicos de su tierra y se había vuelto más universal, sin dejar de lado un carácter eslavo más o menos evidente; esos rasgos se aprecian en la obra que cierra el programa del Fauré Quartett, un programa que (fiel a los principios de la agrupación) rinde culto a la música como la más alta forma de comunión humana.